“Nunca has estado vacío, solo que todavía no has recorrido el puente que te lleva más allá de tus muros”
Desde nuestra infancia nos vemos enmarcados en diversos contextos en los que vamos aprendiendo lo que significa la vida, lo que significan las relaciones, lo que significamos nosotros mismos y cómo se supone que interactúan todas estas dimensiones. Estos contextos van desde la relación de apego con nuestros padres o figuras de referencia, pasando por la escuela y por las relaciones con nuestros iguales, hasta contextos macro como el marco social y cultural en el que crecemos.
Estos diferentes escenarios nos van dotando de creencias, de formas de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás y de maneras de entender la vida que influyen de manera significativa sobre nuestro desarrollo y que se mantendrán presentes en nuestra adultez. No vamos a calificar estos condicionamientos o aprendizajes citados como buenos o malos, esto sería muy simplista, pero sí podemos decir que se definen en términos generales por una pobre educación a nivel emocional y carencias visibles a nivel afectivo, lo que se traduce, en una deteriorada y conflictiva relación con nuestra identidad.

¿De dónde viene la sensación de vacío?
La mayoría de nosotros nos hemos sentido obligados en numerosos momentos de nuestra vida a ocultar lo que sentimos (bien porque no es comprendido, no es atendido o incluso es molesto para nuestro entorno), a desarrollar comportamientos que son aceptados y valorados por quienes nos rodean (aunque esto signifique dejar de lado partes de nosotros que nos agradan y que son funcionales) y a esforzarnos continuamente por “ser alguien” y por “ser felices” en un mundo que se olvidó en dónde tiene los pies.
Nuestros padres, nosotros y las generaciones actuales, a pesar de la mayor presencia e importancia que tiene hoy en día el bienestar mental y emocional, hemos sido educados en el modelo del “esfuerzo por ser” , cuando paradójicamente, es este esfuerzo constante lo que nos aleja de lo verdadero y esencial que vive en nosotros.
Este arraigado modelo de afrontamiento de la vida, que se transmite a través de los vínculos de generación en generación, implica ver nuestra existencia como un camino en el que perseguimos felicidad, perseguimos estímulos, perseguimos amor, perseguimos seguridad, perseguimos ser algo o alguien concreto y perseguimos bienes materiales que nos permitan sostener todo lo anterior. Este paradigma de vida parte de la premisa de que nacemos siendo una especie de bolsa vacía que necesita ser rellenada constantemente para poder tener un significado y un valor por sí misma.
Partiendo de esta potente creencia, nuestra experiencia vital queda circunscrita a una escapada continua de la realidad presente y su potencial, para fantasear con realidades futuras en las que poder seguir recolectando trofeos y menciones que nos hagan sentir nuestra propia presencia.
Si nuestra vida se ve sometida bajo los mandatos de esta creencia “de no ser nada por nosotros mismos” “de no tener valor por el simple hecho de estar aquí, respirando” es casi inevitable conectar eventual o continuamente con una angustiosa sensación de vacío, de pérdida de rumbo y de falta de ilusión, que tratamos de callar lanzándonos al mundo exterior y buscando en él, el consuelo y nuestras respuestas.
Esta es la razón real de por qué nos sentimos vacíos, nos hemos esforzado demasiado por encontrar el motor de nuestra vida en la realidad exterior. Tanto caminar lejos de nosotros ha creado un largo puente entre lo que creemos y queremos ser y lo que somos y necesitamos realmente y es este muro entre nuestra ficción mental y nuestra naturaleza verdadera, la que nos hace sentir que algo falta, algo falla o algo no va del todo bien.
Pero…el vacío interior realmente no existe
El vacío, aunque no lo creamos no existe, sino que es la sensación subjetiva que proviene del conflicto o herida que existe en la relación que mantenemos con nuestra identidad y con nuestra esencia personal, perturbados por las vivencias de la niñez y la juventud que nos llevaron a aprender que la vida era un camino hacia el “parecer” y no hacia el “ser”. La sensación de vacío interior es una voz de alarma que trata de recordarnos que necesitamos mirar, afrontar y reparar ciertas realidades internas que no hemos aprendido a manejar hasta el momento.
Por tanto, no hay manera alguna de llenar algo que no está vacío, sino que el camino es reparar las vivencias angustiosas que están ligadas a nuestra manera de vivirnos a nosotros mismos y a la propia vida.
Perseguir brillantes trofeos, colmarnos de distracciones y evadirnos en sensaciones no nos reparará ni a corto ni a largo plazo, solo nos creará una ilusoria sensación de saciedad tras la que se despertará un hambre todavía más voraz por volver a sentirnos llenos, llenos de algo que no existe fuera, únicamente en el cofre que hemos enterrado bien profundo en nuestro sistema.
Este círculo vicioso puede perdurar toda la vida si no le ponemos freno, podemos sufrir y culpar eternamente a la vida y al mundo de no hacernos sentir colmados y felices, pero ya que tenemos el regalo de existir entre nuestras manos, aprovechémoslo para transformarnos, individual y colectivamente.

No estás vacío, pero sí necesitas reconectar con tu mundo interior
El primer paso para empezar a reparar nuestra sensación de vacío es, por tanto, tomar consciencia de que este no existe y por tanto no hay nada que llenar, pero sí existe una relación conflictiva con la realidades que nos habitan. Por ello, vamos a comenzar por sustituir la palabra vacío por el término “desconexión”.
Esta palabra refleja más fielmente lo que verdaderamente nos ocurre, pues supone que hemos perdido parte del contacto con nosotros mismos, con nuestra dimensión emocional, con las sensaciones de nuestro cuerpo, con la realidad de nuestros pensamientos y con nuestras necesidades vitales.
Además, hablar de desconexión implica que es posible retomar o fortalecer el contacto perdido, ya que, aunque hayamos creado puentes y muros por no tener herramientas para manejar nuestra identidad y nuestra realidad, esto no implica que esto ya no sea posible. Todo lo contrario, siempre tenemos la oportunidad de regresar a nosotros y reparar toda esa mochila de vivencias, creencias, recuerdos y estilos de afrontamiento que nos empujan muchas veces a buscar el bienestar y el sentido de nuestra vida fuera de nosotros.
“Quédate con esto, el vacío no se llena, se repara y tú tienes la llave”

2 comentarios en «¿Por qué me siento vacío y sin ilusión?»
Gracias por este texto que me ha ayudado a reflexionar y a detener mi mirada y pensamiento al ser que me habita
Gracias a ti Blanca, por compartir lo que te ha hecho sentir nuestro artículo!!